lunes, 5 de mayo de 2014

Editorial colectivo de Otoño

Volver a centrar el eje

Des-patologizar. El prefijo “des” indica negación. Si de algo estamos ciertos y es que no negamos inocentemente la grave problemática que nos convoca. En tal caso, no adherimos, desde un principio, a esta especie de pandemia de patologías. Cada uno de nosotros, desde la disciplina que lo convoca, también luchamos por no dicotomizar o por no caer en reduccionismos simplistas.



No cabe duda, los últimos tiempos han sido de debate y acuerdos sobre los temas que nos ocupan y que llevan en el centro de la discusión: el lugar (des)subjetivado que las infancias están ocupando. El congreso de Psicólogos de FEPRA nos dio una serie de muestras de la similitud de la situaciones en diversos puntos del país, pudimos intercambiar en mesas en las que han participado algunos referentes del Movimiento por la Despatologización de niños, niñas y adolescentes. Cuando decimos “Movimiento” nos referimos en sentido amplio al encuentro informal de organizaciones de profesionales del área de salud y educación, muchas de las cuales, conforman un colectivo interdisciplinario y federal como el nuestro.
A su vez, en diferentes ocasiones, hemos participado de eventos en los que confluimos quienes construimos diversos espacios que apuntan a trabajar una importante pluralidad de temas  referidos fundamentalmente a los derechos de las infancias. Ante la mención del término “despatologización” se reúne un universo convocante de profesionales proviene del Derecho, la Educación, la Clínica Psicoanalítica, la Medicina, etc. dando cuenta del texto común y de la teorética que vamos sosteniendo para seguir apostando a acciones y estrategias de subjetivación frente a las perversas estrategias de patologización y medicalización que provienen de laboratorios y socios terapéuticos que prefieren construir consumidores de drogas legales.
Durante los últimos años, la propuesta de cursos, jornadas, simposios y congresos de encuentro y capacitación en torno a las nuevas problemáticas de las infancias, giró en torno a un fenómeno denominado “patologización y ha dado una producción diversa y abundante. Junto a éste, apareció otro (no menos importante) que es el de la “medicalización”. La interdependencia conceptual, daba cuenta de una realidad muy concreta dentro de aulas, consultorios, hospitales, etc: niños y niñas con determinadas dificultades eran casi exclusivamente mirados desde una dicotomía: “tienen o no tienen patologías, son o no son enfermos” Parece ser que la escuela, se fue conformando como un espacio donde se albergan niños con diferentes patologías  (TGD, ADD, ADD-H, TOC, etc), y por consecuencia, se genera cierta demanda de “especialistas” y “medicamentos” para que “den” una respuesta frente a las diversas conductas y actitudes que surgen en ese espacio de interacción y aprendizaje llamado AULA. No basta desde esta óptica con tener la etiqueta puesta, es decir con poseer un diagnóstico sino que además se reclama una receta mágica para sobrellevar (el docente) ese diagnóstico. Entonces, quien padece es el docente, pero en realidad quien sufre es el niño que ya no se llama Carlos, ni Lucia, ni María, sino trastorno, síndrome, hiperactivo, etc. Estos nombres, es decir diagnósticos calman la angustia de padres y actores escolares pero dejan en el sujeto diagnosticado un sinfín de secuelas, la más importante es la desubjetivación.
Esta escucha en las instituciones educativas, nos hace pensar que habría que contribuir a despatologizar la palabra de los docentes. En tiempo donde se “padece o no TGD, ADD, etc”, estas categorías tan des-subjetivantes hacen las veces de “estrategias express”. Si un/a niño/a ya posee un “mega diagnóstico” como ese, el camino a seguir ya “está dicho”.
Contrariamente a esta lìnea de acción, una particularidad del campo educativo y sus prácticas es su dimensión  intersubjetiva. No obstante, muchas situaciones y fenómenos que acontecen en las instituciones educativas en que se desarrollan y escenifican dichas Prácticas,  ponen en evidencia “fallas” justamente, de aquella dimensión.. Resulta paradójico que siendo los Sujetos los actores y destinatarios de la Educación, las concepciones y prácticas en juego no responden, en general, a las necesidades y demandas de los propios Sujetos. Al respecto se interroga F.Doltó: “¿Porqué el sistema escolar obedece a métodos  y a imperativos ajenos por completo a la higiene afectiva y mental de los seres humanos?...¿Porqué la escuela no representa para la generalidad de los niños un lugar de contención donde puedan calmar tensiones familiares, encontrar confianza  y un medio social viviente, una ocupación atractiva?...¿Porqué los niños se ven tan empobrecidos en la espontaneidad creadora?...”
Si nos situamos en la Formación de docentes, los que transitan por las aulas de los Institutos de Formación Docente (IFD) saben que los planes de formación así como los espacios de las Prácticas nunca han incorporado  el análisis sistemático de las dimensiones latentes que comprometen intrínsecamente los desempeños. La Formación Docente (FD) no se ha hecho cargo de que la Educación se lleva a cabo en el plano psicosocial e intersubjetivo y se concreta a nivel de las interacciones. Hay una implicación, un involucramiento que requiere ser trabajado y elaborado en las mismas situaciones educativas.
En los IFD ha prevalecido históricamente el  aspecto  cognoscitivo y “técnico-metodológico” de la formación, constituyendo así espacios de reproducción más que de producción y transformación. Se desconocen las dimensiones intersubjetivas, grupales e institucionales en que los propios sujetos tendrán que desenvolverse. por lo tanto no resulta extraño que a la hora de intervenir prevalezcan aquellas concepciones simplificantes, calificantes, desubjetivizantes, también para el propio docente.
La intersubjetividad está  ligada al encuentro, al reconocimiento entre sujetos. Podemos “hacer un buen uso” de los tan bien planteados  interrogantes de Doltó y llevarlos al plano de la formación docente.
Asimismo, los procesos de aprendizaje y enseñanza están sometidos a fuertes tensiones en virtud de su complejidad:  situaciones e intervenciones  requieren ser pensadas desde el complejo entramado de variables que los atraviesan.  Ahora bien, si lo propio, lo genuino, lo irreductible  de tales procesos queda afuera, ¿cuál es el sentido que los sostiene?, ¿qué hay en lugar del Sujeto, de su subjetividad inacabada?
Desde nuestra mirada, entendemos que allí, actualmente, está la patología, el nombre que clasifica, la descripción de síntomas. Pero fundamentalmente está la impotencia, el vacío, el sin sentido, que hace imposible la tarea de Educar.
ESTAMOS RECORRIENDO LA TRAVESÍA DE VOLVER A CENTRAR EL EJE DE TODA INTERVENCIÓN EN EL SUJETO, RESIGNIFICAR SU LUGAR, HUMANIZAR LOS VÍNCULOS
Para eso creemos significantes estos dos orientadores:
"Una  practica o espacio de subjetivación se legitimarán entonces sólo por las aperturas que ofrecen a lo posible, a lo improbable".(Juan Vasen)

Las prácticas subjetivantes se anclan en lo propio, y se relacionan con la construcción singular de una experiencia personal y /o colectiva cuya condición es lo posible de una travesía para seguir creando, reinventando. "Existir no es un estado objetivo sino un trabajo subjetivo" (Lewkowicz,I)