Desde los años ´90
especialmente, comenzó la explosión y sobreabundancia de algunos diagnósticos
del DSM, por entonces se difunde a modo
de epidemia el ya famoso ADD o ADHD, es decir, trastorno de desatención con o
sin hiperactividad. Momento en el cual
nos vamos confrontando con una realidad epocal donde el niño que consulta
deviene síndrome, más allá de su singularidad, y la familia se va transformando
a su vez en familia etiquetada. Los propios padres se constituyen con
frecuencia como padres del síndrome.
A esto se agregará años
después el “boom” del TGD y hoy, intensificado por la propuesta del DSM5,
parece abatirnos una pandemia de autismo. Dado que el DSM construye un muy
amplio TEA, o sea Trastornos del espectro autista, buena parte de las
problemáticas graves de la infancia se asimilan a autismo. La categoría de
psicosis tiende a desaparecer.
Epocas de uso y abuso de diagnósticos
considerados absolutos y de fuerte implicancia predictiva. Se habla ya en
EEUU de 1 autista cada 50 niños, ¿cómo
se llega a estas supuestas estadísticas impactantes? Seguramente designando
como autistas a muchos niños que no lo son, cuestión que deviene en grave
problemática, dado que dicho diagnóstico trastorna la vida familiar, altera las
investiduras narcisistas y libidinales que son protagonistas de los procesos de
filiación y somete al niño a multiplicidad de tratamientos que a veces
consagran su estigmatización.
Quiero decir: sí hay niños
que padecen autismo, pero NO al invento del DSM, trastornos del espectro
autista
Hay niños desatentos y a
veces también hiperactivos, pero esto no los constituye en un ADD o ADHD

Por otra parte, las
categorías psicopatológicas del psicoanálisis van siendo revisadas y
complejizadas, en relación con nuevos paradigmas del pensamiento, pero también a
partir de profundos cambios epocales que
fueron dando lugar a otras formas
subjetivas y vinculares, otras familias, otras infancias. Lo que a su vez da emergencia a formas novedosas del
sufrimiento infantil. De ahí que nuestros espacios de reflexión acerca de la
infancia han de tomar en consideración las modalidades actuales de un sufrimiento que
no necesariamente devendrá patología, síntoma cristalizado.
Se destaca
constantemente la importancia de los
diagnósticos tempranos, punto valioso sin duda; no obstante, quiero señalar, “temprano”
no es equivalente a “apresurado”, sino a
“oportuno”. Sin entrar de lleno en la temática de los criterios de detección y
el “screening”, quiero sí fijar posición contra el apresuramiento que lleva a
determinar como autista a un niño por ejemplo a través del CHAT, un
cuestionario de 23 preguntas, realizadas por un observador supuestamente
imparcial.
Diagnósticos tempranos y
oportunos efectuados por equipos interdisciplinarios sí; diagnósticos
apresurados no: con ellos y con la vigencia del DSM5 que extiende aun el TEA,
pronto podríamos llegar a cifras tan insólitas como un autista cada 5 ó 10
niños.
Dentro de esta problemática
del diagnóstico no quiero dejar de mencionar que además de existir y expandirse
cada vez más el sobrediagnóstico, quienes trabajamos en clínica y educación,
pediatras, psicopedagogos, psicólogos, neurólogos, psiquiatras, docentes, en
nuestros intercambios –y esto no está sostenido por estudios rigurosos sino por
intercambios, visiones y consensos en distintos espacios - creemos percibir un supuesto
incremento de patologías tempranas: muchos niños con trastornos de lenguaje, de
la sociabilidad, del control pulsional, es
decir, afectados en aspectos de su construcción subjetiva…..Si esto fuera así,
una pregunta pertinente sería ¿cuáles son las condiciones socioculturales- institucionales,
familiares- de producción, cuáles los
rasgos epocales que lo favorecen? Temáticas para abrir, pensar y debatir.
Cuestión 2:
sobre las condiciones de producción de las problemáticas graves de la infancia.
En relación con esto, propongo un enfoque
complejo, que desafía cualquier reduccionismo y desarma binarismos.
Hay, ha habido conceptos que
expresan modos psicologistas del reduccionismo: la madre “freezer” en el
autismo, la histórica “madre esquizofrenógena”. Hoy, encontramos la fuerte
vigencia de un reduccionismo biologista que va excluyendo o subordinando toda otra condición.
Pienso en un sujeto
encarnado que se va construyendo en el hacer con los otros y el mundo. Al mismo
tiempo sujeto del inconciente, sujeto de sus vínculos, sujeto social.
Pienso en la operancia
simultánea en cada caso de las series complementarias freudianas, que aun
pueden ser complejizadas al considerarlas en simultaneidad y afectación recíproca.
Los avances de las neurociencias
parecen generar, desde ciertas interpretaciones, el incremento de las
explicaciones neurobiológicas excluyentes. No obstante, en sus propios
desarrollos aparecen distintos escritos que señalan la incidencia de las experiencias
con los otros y el mundo en la configuración del cerebro y sus funcionalidades.
Condiciones neurobiológicas,
vinculares (familia y otros grupos de pertenencia), y condiciones sociales
epocales. Subjetividades y familias como producción sociohistórica en sus
conformaciones generales, diversas uno a uno desde la perspectiva del
Psicoanálisis.
Fundamentada en concepciones
complejas, se abre paso la cuestión 3 que quiero enunciar, la que
refiere a la producción de intervenciones subjetivantes, diferenciadas de los
adiestramientos objetalizantes Por lo demás, las intervenciones no empiezan y
terminan en y con el niño afectado, se extienden más allá de la piel,
incluyendo al grupo familiar y otras posibles pertenencias.
¿Qué implican estas
cuestiones epistemológicas en la clínica de las problemáticas graves de la
infancia? Suponen la simultaneidad de los abordajes, no definidos a partir de un
solo factor de origen. Destaco entonces que la sospecha o confirmación del daño orgánico no obviará las aproximaciones
psicoterapéuticas al niño y sus redes de pertenencia.
La familia será considerada como espacio de trabajo
psicoanalítico, no en tanto causa única y lineal de las problemáticas de la
infancia sino como condición necesaria pero no suficiente.
Además, cuando un niño padece efectivamente
algún grado de trastorno neurológico –u otras formas de discapacidad, motora,
sensorial, otras- ello constituye una situación a veces de eficacia traumática,
que afecta los recursos psíquicos de la familia, requerida a su vez de apoyo y
tratamiento. Requiere de ellos un trabajo psíquico extra, para realizar las
transformaciones que les permitan convivir con las nuevas condiciones e
investir narcisística y libidinalmente al sujeto afectado. A partir de dicha
diferencia pueden aparecer en el niño trastornos psíquicos relacionados con la
alteración de las investiduras familiares y extrafamiliares.
El abordaje clínico de las
problemáticas del psiquismo temprano requiere un amplio trabajo con la pareja
parental y el conjunto familiar. En este ámbito ampliamos la mirada hacia lo
transgeneracional, considerando historias y prehistorias y explorando otras
vinculaciones familiares, lo cual nos descentra también de la relación
padres-hijo.
A veces estas problemáticas
ponen de manifiesto el impacto traumático de situaciones actuales que el grupo
familiar no puede tramitar elaborativamente y emergen en el psiquismo en
conformación. A través del trastorno temprano se expresan enunciados
transgeneracionales situados más allá de la singularidad.
Y para ir terminando
este 3er planteo, quiero señalar que un posicionamiento subjetivante implica lo
que ya enfaticé, una mirada y abordajes complejos, pero también supone una
lógica de la diversidad ¿en qué sentido?
En tanto trabajar con un niño implica,
además, acompañar sus recorridos
posibles, no el intento de configurarlo adecuado y consistente a alguno de los
modelos epocales de normalidad. Esta
búsqueda de la adaptación y de que cada niño realice elevados ideales es hoy
fuente de intensos sufrimientos que no son sin efectos.
Un posicionamiento
subjetivante puede dar ocasión a la emergencia de sujeto donde no lo hay; a
variaciones que abran nuevos cauces en las posibles afectaciones severas de la
conformación psíquica. A sabiendas que no siempre se logrará con amplitud el
objetivo docente o terapéutico, pero también que hay muchos más niños y
familias con problemáticas reversibles y transformables que de los otros, si son
tratados con las herramientas apropiadas en los momentos oportunos. Las lógicas
deterministas, unicausales y reduccionistas suelen ser profundamente
pesimistas.
Presentado en la Jornada “Problemáticas actuales de la
infancia”, Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, (AAPPG)
2013
María Cristina Rojas: psicóloga psicoanalista. Miembro
titular de AAPPG e integrante de Forum Infancias. Docente de posgrado de UBA y
UCES